Las emociones no son para ignorarlas, están ahí por alguna razón. El control emocional o “inteligencia emocional” se ha popularizado y la mayoría lo entiende como poner las emociones en un segundo plano o valorarlas menos que las razones. Por años, nos han vendido que las personas pueden ser frías y calculadoras, aún más en el mundo de los negocios.
Lo cierto es que las personas somos emocionales y también racionales, por tanto, como personas, también lo son los empresarios.
Usemos la imaginación: Supongamos que vivimos en un poblado rural y somos pastores de ovejas. Un día nos amenaza un depredador y, al instante, nos invade una emoción. ¿Qué hacemos ante la amenaza? Según expertos en el tema, por naturaleza, nos congelamos, luchamos o huimos.
Ahora volvamos a nuestra empresa o actividad económica y pensemos que el depredador es una crisis o un crédito riesgoso, o bien, el depredador es una red social que no sé usar, un presupuesto que no sé calcular, un servicio al cliente que no sale bien por carencia de habilidades interpersonales, un proveedor que entrega tarde, un colaborador con mala actitud, una burocracia excesiva para hacer empresa o, incluso, el IVA. ¿Qué hacemos? ¿Huir, congelarnos o “luchar”?
Actualmente, las emociones no son un tema místico y los estudios en torno al tema han avanzado. Ahora contamos con expertos como Antonio Damasio, quien menciona que las emociones se originan en el cuerpo y luego, al ser procesadas por otros sistemas en nuestro cerebro, se convierten en sentimientos.
Por tanto, tendremos que evaluar nuestros sentimientos hacia ese cliente que “jinetea el dinero” sin razones claras o ese colaborador con mala actitud. Apagar las emociones es un error y la inteligencia emocional debería ser entendida como la gestión de las emociones.
Pero no debemos engañarnos, ya que, a veces, parece que el depredador en nuestra sociedad compleja, industrial, moderna y civilizada se transforma en situaciones sutiles como el empleado con mala actitud o un cliente que prometió pagar a 30 días, pero tardó 120 días. El límite lo definimos nosotros, así como definimos qué hacer: Emocionarnos, sentir, pensar, actuar, luchar y volver a hacerlo.
Las emociones tienen una función adaptativa, motivacional y comunicativa. Por ejemplo, en nuestro esfuerzo de “luchar”, si decidimos vender más, incluso en una economía debilitada, será necesario adaptarse, motivar y comunicar. Por tanto, las emociones serán utilizadas como un motor interno.